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D. Avelino López de Castro.

 

Nació en Cortina -Trevías (Asturias), el 1 de marzo de 1896. Murió en Salamanca el 26 de junio de 1958. Sus restos reposan en la iglesia parroquial de San Miguel de Trevías donde se bautizó, recibió su primera comunióny celebró su primera misa. Durante su vida fue Don Avelino -no hacía falta más-, para tanto que le trataron en Oviedo, Cáceres o Salamanca. Y era el Padre para los miembros de los Institutos Seculares Acies Christi y Hermandad de Operarias Evangélicas.

FUNDADOR

La respuesta ilusionada de la juventud cacereña le hizo "soñar" con seglares consagrados en la Iglesia. Lo que parecía una ilusión sin salida, y despertaba sonrisas escépticas, la hizo realidad Pio XII en 1947 con la Constitución Provida Mater Ecclesia, que creaba los Institutos Seculares.

El Espíritu había llevado a Don Avelino a fundar, en los años 30, una Institución de seglares. Sus miembros, sin dejar el mundo, se consagraban mediante la práctica de los consejos evangélicos, y su característica fundamental era el servicio a la Iglesia. Esta es la primera página de la historia del Instituto Secular Acies Christi.

Seglares célibes, los sacerdotes y los seglares casados que hacen posible una acción evangelizadora en los ambientes familiares, participan de la misma vocación. Hay también una rama femenina: la Hermandad de Operarias Evangélicas.

D. Avelino centraba su espiritualidad en la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, y en esa idea se fundamenta el espirítu del Instituto; por eso, sus enseñanzas siguen fielmente las palabras de Evangelio de Juan: Que todos sean uno (Jn, 17, 21).

Insiste en la unidad para la proyección apostólica de los miembros de la institución: Unidos como los dedos de la mano, en lo esencial, mientras cada uno desarrolla su misión del mundo. Desterró, el "capillismo" y el egoísmo institucional, y estableciendo como escudo y lema del Acies Christi la cruz descarnada y el SITIO (tengo sed, Jn, 19, 28) permanente de Jesús.

Todos sus escritos son una urgencia para despertar generosidad y entusiasmo, darlo todo y no guardar nada, no buscar destacar sino servir y, como resumen de todo, consumir la existencia por Cristo y por las almas (Cf. 2 Cor 12, 15).

Fue el mayor de cinco hermanos. Un niño normal, que iba de pesca con su padre, que le enseñó a tocar la mandolina y la flauta en las largas noches de invierno. En la escuela le gustaban la gramática y la historia. Y un joven con ideas y valores firmes y una recia personalidad, que hacía compatible con una generosa comprensión, que le permitía integrarse en cualquier ambiente. Durante su estancia en la Curia de Oviedo fue una especie de cónsul que ponía su capacidad de gestor al servicio de sus paisanos cuando tenía asuntos que tratar en la capital, disposición la mantuvo toda su vida, de modo especial con los jóvenes.

La talla de un hombre también se mide ante la enfermedad, que le obligó a dejar los estudios en el Monasterio de los Dominicos de Corias (Asturias), pero no le hizo abandonar su vocación y, una vez repuesto, ingresa en el Seminario Diocesano. La muerte próxima tampoco interrumpió su programa de trabajo ni quebró su voluntad: Vosotros haced lo que creéis que debe hacerse, y Dios sobre todo; y su mayor preocupación era lo mal que los están pasando estos chicos.

Tenía una excelente formación humanística, y su interés por los jóvenes hizo de su vida una permanente búsqueda de métodos para modificar conductas inadecuadas y, sobre todo, para lograr que desarrollasen al máximo sus capacidades.

Esa inquietud se refleja en estas palabras: La juventud - nos dicen- está en plena decadencia, todo va mal y se volverá a peor. Guardemos el pequeño rebaño que nos queda y confiemos el resto a la Providencia que lo modifique. ¡Qué vergüenza! La juventud no está condenada a hacer menos bien que nosotros, ni a hacer tanto mal como nosotros. Si ponemos toda nuestra abnegación, nuestra valentía, nuestro tiempo, nuestra vida a su servicio, conseguiremos una generación de cristianos mejores que nosotros.

Su actuación con niños y jóvenes fue un modelo de pedagogía. Fue capaz de unir la severidad y la indulgencia, la intransigencia y la comprensión, y sus reprensiones terminaban siempre con un fuerte y cariñoso abrazo.

Ordenado sacerdote el 24 de junio de 1923, fue coadjutor en la parroquia de Nava, capellán del Cristo de las Cadenas y oficial de la Curia en Oviedo. En 1930 fue nombrado ecónomo de Figaredo (Mieres). Los primeros años treinta eran difíciles en los valles mineros por la situación social y política, las huelgas, el hambre... Don Avelino se relacionaba con todos y -nadie supo como- conseguía ayudas que distribuía sin preguntar nunca ¿vas a misa? o ¿de qué sindicato eres?. Y también hubo temores: contaba con gracia que tuvo que vestirse "de paisano" en la revolución de 1934, haciéndose pasar por representante de pianos.

En 1935 Don Francisco Barbado Viejo O.P., recién consagrado Obispo de Coria-Cáceres lo nombró Secretario de Cámara. Fueron más de veinte años los que dedicó a tareas de gobierno diocesano en Cáceres (1935-1943). Pero sus mejores energías las dedicó a promover las organización de la Acción Católica: "participación de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia". En ambas diócesis fue Consiliario Diocesano de los jóvenes, en los que trató de despertar la conciencia de Iglesia, impulsándolos a colaborar en su labor evangelizadora en mundo, la familia, la profesión y la sociedad.

Instituto Secular Acies Christi

"Que todos sean uno"

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